Tarleton Gillespie is a senior principal researcher at Microsoft Research New England, part of the Social Media Collective research group. He is an affiliated associate professor at Cornell University, in the Department of Communication and the Department of Information Science. He cofounded the blog Culture Digitally.

Créditos de la fotografía: Martin Reisch a través de Unsplash

Este texto es una traducción del articulo original publicado por Tarleton Gillespie el 24 de agosto de 2017 en el Digital Society Blog del Humboldt Institute for Internet and Society (HIIG). Como tal, forma parte de la serie de artículos Imagining the Digital Society, editada por Christian Katzenbach y Stefan Larsson. El artículo ha sido traducido por Javier Zamora García, miembro de Panoptikuhn.

La metáfora plataforma, a reexamen

En ocasiones una metáfora se instala con tanta fuerza en el uso cotidiano que puede ser retomada para extender su significado más allá de lo que describe hoy – una metáfora realizando su trabajo metafórico. Desde luego, la palabra plataforma lo ha logrado. Cuando escribí por primera vez sobre el término en 2010 las compañías de medios sociales como Youtube y Facebook comenzaban a usarlo para describir sus servicios de web 2.0 frente a usuarios, publicistas, inversores y frente a sí mismas. Actualmente las compañías de medios sociales han adoptado el término plenamente, y lo han extendido a servicios que intermedian en el intercambio no solo de contenido o sociabilidad, sino de viajes (Uber), apartamentos (AirBnB) y trabajo (Taskrabbit). El término describe de forma tan amplia todos esos servicios que críticos y comentaristas pueden aprovecharlo para animar la discusión. En los últimos años hemos presenciado una “revolución de las plataformas” (Parker, van Alstyne y Choudary), el surgimiento del “capitalismo de plataforma” (Srnicek) motivado por una “estrategia de plataforma” (Reiller y Reiller) con la posibilidad de un “cooperativismo de plataforma” (Scholz), todo ello dentro de una “sociedad de plataformas” (van Dijck, Poell y DeWaal). Ni siquiera hace falta que estos libros se refieran a las mismas plataformas (todos ellos tienen sus ejemplos favoritos, más o menos coincidentes); sus lectores saben de qué se trata.

De la programabilidad a la oportunidad

Cuando la palabra plataforma arraigó por primera vez en la lexicografía de los medios sociales lo hizo al tiempo apoyándose y desechando un significado más específico vinculado a lo computacional: una infraestructura programable sobre la que otro software podía ser armado y ejecutado, tal y como ocurre con los sistemas operativos en nuestros ordenadores y consolas de videojuegos, o con los servicios de información que proporcionan las APIs para que los desarrolladores puedan diseñar capas adicionales de funcionalidad. El nuevo uso se deshizo de este sentido de programabilidad, recurriendo en cambio a significados más antiguos de la palabra (sobre los que a su vez el propio significado computacional se había construido): una estructura desde la que hablar o actuar, como la plataforma de un andén o una plataforma política. En ese nuevo escenario, Twitter o Instagram podían presentarse como plataformas con tan solo ofrecer una oportunidad para hablar, socializar y participar.

En aquel momento, hubo quien sugirió que el término debía ser restringido a su significado computacional, pero ya es demasiado tarde; la palabra plataforma ha sido ampliamente aceptada en su nuevo sentido por parte de usuarios, prensa, reguladores y los propios proveedores de servicios. Por aquel entonces, yo sostuve que el término era particularmente útil para las compañías de medios sociales, puesto que les ayudaba a apelar a diferentes actores clave que resultaban de su interés. Al presentarse como plataformas se ofrecía a los usuarios un campo abierto para la participación libre y sin obstáculos. A los publicistas, un amplio espacio para vincular sus productos con contenidos populares. Y a los reguladores, un canal imparcial y equitativo para la actividad de los usuarios que no requería mayor control

Esto es lo que hacen las metáforas. Proponen una forma de comprender algo en otros términos; la analogía distorsiona el fenómeno que está siendo descrito al destacar aquellas características que más se alinean con aquello con lo que se lo compara. El término plataforma confería una forma particular a los servicios de medios sociales, subrayaba ciertas características, naturalizaba ciertas relaciones imaginadas, y fijaba una serie de expectativas para su uso, impacto y responsabilidad. En sentido figurado, una plataforma es horizontal, abierta, estable. A través de sus connotaciones, una plataforma ofrece la oportunidad de actuar, conectarse o hablar de un modo poderoso y efectivo: tomando un tren, perforando la corteza en busca de petróleo, declarando nuestras ideas. Y una plataforma eleva a quien la usa sobre cualquier otra cosa, otorgándole una posición estratégica desde la que actuar, un lugar elevado desde el que aparecer.

Lo que ocultan las plataformas

Las metáforas no se limitan a subrayar ciertos aspectos; también minimizan otros que no son captados por la metáfora. “Un concepto metafórico puede impedir que nos concentremos en otros aspectos del concepto que son inconsistentes con esa metáfora.” (Lakoff y Johnson, p. 46). Podríamos considerar que esto es secundario o inevitable, ya que cualquier comparación destaca algunos aspectos y de ese modo deja otros de lado. O podríamos plantearlo como algo estratégico, en cuanto que aquellos que utilizan una metáfora tienen algo que ganar en la comparación, probablemente frente a otras comparaciones que pudieran destacar aspectos diferentes.

Resaltando semejanzas – los servicios de medios sociales son como plataformas – las metáforas pueden tener un impacto estructural sobre la forma en que pensamos y actuamos sobre el mundo. Sin embargo, una metáfora no implica únicamente semejanzas – de lo contrario, la metáfora ideal sería tautológica, “X es como X”. La metáfora también depende de la diferencia entre dos fenómenos; la construcción de semejanzas adquiere fuerza solo si salva una brecha semántica significativa. Steven Johnson señala que “el elemento crucial en esta fórmula es la diferencia que existe entre ‘la cosa’ y ‘lo otro’. Lo que hace que una metáfora sea poderosa es la brecha entre los dos polos de la ecuación” (58-59). Phil Agre va un paso más allá, y sugiere que “las metáforas operan como un ‘medio de cambio’” (37) entre distintos campos semánticos, negociando una tensión entre elementos que son, al menos en cierta forma, incompatibles. Este puente estructural construido por las metáforas depende de resaltar ciertos aspectos de la comparación y volver otros insignificantes. La metáfora plataforma hace un gran trabajo no solo por lo que enfatiza, sino por lo que oculta:

1. La idea de plataforma minimiza el hecho de que estos servicios no son horizontales. Su propósito central es organizar, estructurar y canalizar información de acuerdo tanto a a disposiciones establecidas por la plataforma (algoritmos de noticias, acuerdos con terceras partes para destacar contenido, páginas principales, categorías) como a disposiciones que incorpora el usuario, aunque éstas se encuentren estructuradas o cuantificadas por la plataforma (redes de amigos o seguidores, listas de tendencias). Las plataformas no son espacios abiertos y horizontales donde la gente hable o intercambie, sino que son paisajes intricados y compuestos por múltiples capas, con características complejas en la superficie y densos laberintos bajo ella. La información se mueve por y alrededor de las plataformas, moldeada tanto por los contornos que proporciona su diseño como por el sedimento que deja la actividad de los usuarios –  todo lo cual puede cambiar al antojo de los diseñadores. La metáfora de la plataforma no captura nada de esto, sino que más bien sugiere que toda la actividad está disponible para todos por igual, que es visible, pública y potencialmente viral. No nos prepara, por ejemplo, contra la habilidad de los trolls para organizarse en espacios privados y después aparecer en manada con el fin acosar a usuarios de forma coordinada en lugares donde la publicidad y brusquedad del ataque constituye una forma adicional de daño.

2. La idea de plataforma también opaca el hecho de que las plataformas están pobladas por comunidades numerosas y diversas que en ocasiones se sobreponen y en otras, entran en conflicto . Es absurdo hablar de los usuarios de Facebook en general, como si dos mil millones de personas pudieran ser un único grupo; hablar de la comunidad de Twitter solo disimula la tensión y el conflicto que ha sido fundamental, y en ocasiones perjudicial, para la forma en que Twitter se utiliza hoy en día. Como plantea Jessa Linguel, las plataformas de medios sociales están en realidad repletas de comunidades que recurren a ellas con fines concretos, a menudo con necesidades ambivalentes o contrapuestas en relación a la visibilidad, la pseudonimidad y la colectividad; después, estas comunidades se enfrentan al modo en que las plataformas funcionan en realidad, en ocasiones encajando de mala manera las necesidades de dicha comunidad.  Cuando pensamos ya no en los “usuarios de Facebook” sino en un grupo de drag queens de Brooklyn, la relación entre usuarios y plataformas deja de concebirse en términos abstractos de oportunidad para plantearse en términos de una disputa acerca de sus identidades y objetivos.

3. La idea de plataforma también ayuda a evitar cuestiones vinculadas con la responsabilidad de las plataformas sobre su huella pública. Las plataformas de tren no son responsables de sus pasajeros. Igual que otras metáforas como canal, medios o red, la idea de plataforma sugiere un espacio imparcial que los decisores políticos estadounidenses desean preservar – a diferencia de lo que ocurre en Europa, donde existe mayor voluntad política para demandar responsabilidad a las plataformas, aunque sea de formas no ensayadas. Cuando, tal y como señalan Napoli y Caplan, Facebook se niega a ser considerada una compañía de medios de comunicación, está rechazando el tipo de expectativas públicas y políticas que se imponen sobre los medios tradicionales. Facebook es meramente una plataforma. Mientras tanto, ha construido un aparato complejo de moderación de contenido y gobernanza sobre los usuarios que permite imponer sus propias directrices, a pesar de que estas intervenciones sean opacas y desapercibidas.

4. Finalmente, la idea de plataforma oculta todo el trabajo necesario para producir y sostener estos servicios. Se supone que la audiencia no debe ver al director, los decoradores de escena o los tramoyistas; tan solo los actores bajo los focos. Por debajo, la plataforma es un espacio vacío, polvoriento – sencillamente está ahí. No obstante, las plataformas de medios sociales son el producto de una cantidad inmensa de trabajo humano, ya sea diseñando los algoritmos o eliminando el contenido prohibido. Cuando echamos un vistazo al trabajo y los trabajadores implicados, nos resulta algo inesperado y polémico: la revelación, por ejemplo, de que los trending topics de Facebook puedan haber estado gestionados por un equipo de posgraduados de periodismo trabajando como máquinas. ¿Y si están políticamente sesgados? ¿Cómo es que hay humanos involucrados, y por qué importa eso? La idea de plataforma nos disuade de plantearnos estas preguntas, manteniendo el trabajo fuera del mapa.

No se trata de descartar el término solo para introducir otra metáfora en su lugar. No es que resulte imposible pensar sobre estos aspectos disimulados de las plataformas; la metáfora puede minimizarlos, pero no puede borrarlos. Por el contrario, necesitamos o bien combatir el poder discursivo del término o subvertirlo de forma lúdica. Una plataforma puede ocultar el trabajo que necesita, pero bajo un marco diferente puede demandársele que acoja y proteja ese trabajo. Si una plataforma aúpa a ciertos usuarios, entonces quizá exista algún tipo de responsabilidad por elevar a ciertas personas a costa de otras. También podemos jugar con otras metáforas: ¿son las plataformas centros comerciales, o bazares? ¿Parques de atracciones o máquinas expendedoras? ¿Nidos o colmenas? ¿Pirámides o pirámides humanas? Pero, sobre todo, podemos analizar la metáfora para identificar lo que no consigue subrayar, cómo puede servir el interés de los que la practican, y qué intervenciones y obligaciones respecto al diseño pueden solventar estas lagunas y oscuridades. Al fin y al cabo, como Kuhn apunta en relación a los paradigmas científicos, cualquier marco de comprensión trabaja para unificar el fenómeno excluyendo aquellos aspectos que no encajan – y esos aspectos descartados pueden regresar para desafiar dicho marco, y en ocasiones derribarlo. Así pues, las plataformas minimizan estos aspectos por su cuenta y riesgo.

Comentarios

  1. Muy buen análisis sobre el concepto de plataforma y la metáfora. El final especialmente la referencia a Kuhn. No he leído a Kuhn y tampoco conozco cómo funciona una plataforma virtual, pero sí conozco desde mi actividad el paradigma científico y sus limitaciones, puesto que se elabora desde un supuesto y una hipótesis que permitiría probar lo que el científico ha propuesto desde un rango limitado de situaciones, información previa o datos.

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