Todo indica que el momento ha llegado, toca afrontar la implementación de las tecnologías maduradas durante las décadas precedentes y los tópicos y supuestos asumidos son tantos que resulta difícil ordenarlos de forma adecuada. El primero tiene que ver con la necesidad de que una tecnología determinada se haga efectiva, solo por el hecho de estar lista y disponible. Se tiende a sumir sin mayor reparo que el nuevo escenario es la consecuencia inmediata e inevitable de la emergencia de unas tecnologías que no pueden sino imponerse sobre el tejido productivo anterior. Son básicamente todas aquellas que tienen que ver con la gestión de la información a escala global y con la automatización de procesos complejos antes solo al alcance del ser humano. Se asume indirectamente que una tecnología no puede sino expresarse tan pronto como está disponible actuando de una forma aparentemente neutral sobre su entorno.
Y esto no es es cierto. No hay nada en un avance tecnológico que garantice por si solo su implementación en la práctica. Pensemos, por ejemplo, en la manipulación genética del ser humano o la energía nuclear. En ambos casos se han impuesto límites que impiden su uso y proliferación fuera de unos márgenes impuestos por las sociedades como una forma de autoprotección. En otros casos, las tecnologías disponibles tienen que esperar su momento oportuno para hacerse presentes al solaparse con otras que bloquean su emergencia. Los ejemplos comunes son el motor eléctrico y buena parte de las energías renovables. En definitiva, no hay nada en una tecnología dada que garantice, por muy disruptiva y beneficiosa que resulte, su instanciación en el sistema productivo.
El segundo tiene que ver con la interpretación del uso de cada nueva tecnología. Se asume, de nuevo de forma acrítica, que el uso de cada innovación está perfectamente determinado sin que quepan alternativas relevantes. De nuevo es falso. Las tecnologías de la información pueden emplearse tanto para generalizar la compra on-line eliminando las formas tradicionales, como para crear redes de distribución locales basadas en la producción de proximidad. Y esto no deja de ser solo un ejemplo de los muchos disponibles.
Por tanto la 4ª Revolución Industrial no es una revolución tecnológica, como de hecho no la ha sido ninguna de las precedentes. No son las tecnologías de las información las que han llevado a la sociedad a la necesidad de asumir unos cambios en cierto modo inevitables. Es cierto que los cambios que se avecinan tienen la dimensión de una transformación radical de las estructuras productivas a nivel global, de hecho algunos pensamos que va incluso más allá. Pero su causa no es la tecnología, sino las propias dinámicas del mercado avocadas como nunca antes a alcanzar unos niveles de productividad y beneficio que ya no son alcanzables en el marco actual. La causa de este significativo estrés es otro mucho más evidente: la incorporación de Asia a una economía de mercado en la que pueden competir con ventaja al contar poblaciones con un bajo nivel de renta y escasas posibilidades de respuesta a su régimen de explotación.
La respuesta de Occidente se está gestando ahora y pasa, como parece más que evidente, por la mecanización de la producción en un contexto de descomposición del Estado del Bienestar. En las próximas entregas describiremos los sectores más afectados y las consecuencias de ello sobre el tejido productivo.